Que el dataísmo nos pille confesados

Dataísmo, término que ha sido utilizado para describir la mentalidad, filosofía o religión creada por el significado emergente del Big Data, la Inteligencia Artificial y el Internet de las cosas. La primera persona en utilizar el término con esta connotación fue el analista cultural David Brooks en el periódico New York Times, en febrero de 2013. Brooks argumentaba que en un mundo con cada vez mayor complejidad, confiar en los datos puede reducir los sesgos cognitivos y alumbrar patrones de comportamiento que todavía no hubiéramos percibido.

La Fundéu BBVA (Fundación del Español Urgente), fundación creada en Madrid en febrero de 2005, fruto del acuerdo y participación equitativa en su constitución del banco BBVA (Banco Bilbao Vizcaya Argentaria) y la Agencia EFE, asesorada por la Real Academia Española, tiene como principal objetivo velar por el buen uso del idioma español en los medios de comunicación. En 2018 el término «dataísmo» (aprobado como sustantivo válido en español) fue escogido por la Fundéu BBVA como candidata a palabra del año. El sustantivo dataísmo, empleado para referirse a la filosofía centrada en los datos y en la libertad de la información, es un término bien formado en español y no necesita resalte, comillas, ni cursiva.

Estamos en la era digital, con el Big Data como combustible, donde los datos se usan para identificar, provocar y condicionar comportamientos en todos los ámbitos, como el ocio, negocios, entrenamiento, formación, etc. El poder de los datos es brutal y se resume en una palabra formada a partir del sustantivo inglés data, que significa ‘datos’, y el sufijo español -ismo, que crea sustantivos que suelen significar ‘doctrina’, ‘escuela’ o ‘movimiento’, este término es válido en español para aludir a la filosofía en la que el dato es el rey, capaz de describir hechos, sucesos y entidades, y de formar flujos de información que vayan más allá de las teorías subjetivas. Los datos darán forma a nuestro futuro y condicionarán nuestras decisiones. Datos guardados en máquinas que los utilizan como alimento para aprender cómo funciona cada cerebro humano con el objetivo de resolver o fomentar necesidades.

Según la Wikipedia, “el dataísmo es la mentalidad, filosofía o religión creada a partir del significado emergente del Big Data, la Inteligencia Artificial y el Internet de las Cosas (iOT)“. El término fue acuñado por el periodista canadiense-estadounidense David Brooks en un artículo publicado el 4 de febrero de 2013 en el New York Times. Brooks afirma que el dataísmo es la filosofía más influyente de nuestro tiempo y defiende la idea de confiar en los datos para reducir los sesgos cognitivos del cerebro humano, es decir, nuestra irracionalidad a la hora de tomar decisiones.

“La era de la información no genera adictos. Lo que produce es muchos feligreses, algunos fanáticos y uno que otro fundamentalista. Nuestra devoción a los datos tiene forma de religión y se llama dataísmo. A esa iglesia, vamos todos”. Esta desafiante frase es autoría de Jaime Cordero, editor de la Revista H en un interesante artículo titulado “Del Big Brother al Big Data”. El autor sugiere que esta “gran iglesia global de la información” tiene en el Big Data a una entidad sobrehumana, y que “tendemos a pensar que los datos son una herramienta al servicio del hombre; aun cuando en realidad somos los hombres los que nos estamos poniendo al servicio de los datos”.

Yuval Noah Harari (Kiryat Atta, 24 de febrero de 1976) es un historiador y escritor israelí, profesor en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Catapultado a la fama por su obra Sapiens: De animales a dioses: Una breve historia de la humanidad, en el que examina la historia de la humanidad: desde la evolución de las especies humanas arcaicas, en la Edad de Piedra (todas ellas consideradas humanos, pero no todas ellas sobrevivieron: únicamente la Sapiens), hasta el siglo XXI. Divide el libro en cuatro partes: la revolución cognitiva, la revolución agrícola, la unificación de la humanidad y la revolución científica. Su argumento principal es que Homo sapiens domina el mundo porque es el único animal capaz de cooperar flexiblemente en gran número, gracias a su capacidad única de creer en entes que existen solamente en su imaginación, como los dioses, las naciones, el dinero o los derechos humanos. Harari, afirma que todos los sistemas de cooperación humana a gran escala —incluidas las religiones, las estructuras políticas, las redes comerciales y las instituciones jurídicas— se basan, en última instancia, en ficción.

En su libro de 2016 Homo Deus: Breve historia del mañana, Harari anticipa la emergencia de un nuevo credo post-humanista: el dataísmo, y lleva la idea del dataísmo más lejos, ubicándola en su contexto histórico. Argumenta que todas las estructuras políticas o sociales competidoras pueden ser vistas como sistemas de procesamiento de datos: «El dataísmo declara que el universo consiste en flujos de datos y que el valor de cualquier fenómeno o entidad está determinado por su contribución al procesamiento de datos».

En su forma más cruda, el dataísmo defiende que el universo se reduce a un incesante flujo de datos, y que «el valor de cualquier fenómeno o entidad está determinado por su contribución al procesamiento de datos». Para el dataísmo, no hay una frontera nítida entre el cerebro humano y un ordenador: ambos son extraordinarios procesadores. Mientras el hardware del cerebro consiste en miles de millones de neuronas, el ordenador cuenta con circuitos electrónicos. En cuanto al software, el cerebro humano tal vez tenga el algoritmo más sofisticado del universo conocido, pero la inteligencia artificial está avanzando a pasos agigantados sin las restricciones biológicas del hardware cerebral. En la era moderna, la explosión demográfica y la revolución digital han disparado la capacidad global de procesamiento de datos.

En paralelo, la cantidad de datos disponibles en la red, y por lo tanto conjuntamente analizables, crece de forma exponencial. Hoy en día, miles de personas comparten datos personales para que un algoritmo aporte soluciones a sus vidas. Otros algoritmos empiezan a ayudar a decenas de empresas en su proceso de contratación, te recomiendan libros en Amazon, la música a escuchar en Spotify o seleccionan los anuncios de mayor impacto en tu muro de Facebook y perfil de Instagram. Y todo eso lo hacen con una mínima fracción de la información que vamos dejando on-line mientras navegamos. Pensad en todo lo que un súper procesador con acceso ilimitado a la red podría saber de cada uno de nosotros en la actualidad. Todos los correos y mensajes que hemos escrito en la vida, todo el historial de búsquedas en la red, los artículos que hemos leído, las series y películas que nos gustan, una cronología detallada de todos los sitios que hemos visitado… En un futuro cercano podríamos ampliar esta lista con la secuenciación completa de nuestros genomas, o un desglose de las constantes vitales al segundo, y recibir avisos preventivos cuando empecemos a tener déficit de algún tipo de vitamina. Con toda esa información, de miles de millones de personas, ¿no podría este súper procesador, con mayor exactitud que cada uno de nosotros mismo, predecir qué estudios, pareja, trabajo o aficiones deberías elegir para satisfacer tus preferencias? La respuesta a esta pregunta es un claro sí, para todos los dataístas.

El primer mártir del dataísmo fue Aaron Swartz, un programador y activista político que se suicidó en 2013 tras ser detenido, acusado de haberse descargado cerca de 2,7 millones de documentos secretos de la Corte Federal de Estados Unidos. Fue el historiador israelí Yuval Noah Harari, autor del best sellar mundial “Sapiens”, quien reivindicó la figura de Aaron Swartz como el primer mártir del dataísmo.

El Dataísmo, tiene un tinte nihilista, se va alimentando a sí mismo y va creciendo de manera sostenida como la expansión del universo, lento y sostenido. Almacenando, jerarquizando y segmentando. Teniendo como base un amplio número de seguidores y creyentes que ven en su crecimiento las posibles respuestas a todas las preguntas existenciales. Poco a poco va generando adeptos y rituales religiosos que lo convierten en un acto de fe, la fe basada en hiperdatos, donde existe la posibilidad de todas las respuestas posibles, incluso a preguntas no planteadas. El ojo que todo lo ve, pero en versión datos. Para los seguidores del dataísmo el cerebro humano y los ordenadores tienen una composición muy similar. Ambos se rigen por algoritmos, en el caso del cerebro los algoritmos se basan en el carbono, y en el caso de los ordenadores, en el silicio.

Según los dataístas – y muchos científicos – en los próximos años la Inteligencia Artificial será capaz de desarrollar unos algoritmos tan complejos como los del cerebro humano, y como es lógico, sin las limitaciones biológicas del hardware humano. De hecho, la empresa londinense DeepMind Technologies, una compañía perteneciente a Google, ha desarrollado una Inteligencia Artificial provista de un módulo de “imaginación” que, al enfrentarse a un dilema, es capaz de crear varias simulaciones con el objetivo de decidir entre ellas el escenario futuro más probable y tomar en base a ello la decisión más acertada. Este sistema ha sido bautizado como I2A (Imagination Augmented Agent) y ha sido probado con éxito sobre un juego de rompecabezas llamado Sokoban.

En el mundo actual nuestra capacidad de procesamiento y almacenamiento de datos aún es muy limitada, pero dentro de no muchos años la Inteligencia Artificial será capaz de almacenar, clasificar y evaluar en tiempo real todos los datos que generamos a diario, elaborando sofisticados patrones de conducta y creando simulaciones inmediatas basadas en modelos predictivos. Plataformas como Google, Facebook, Outlook o Amazon nos conocen ya a la perfección, conocen nuestros gustos, costumbres, hábitos, preferencias… Saben qué páginas visitamos, qué libros leemos, quiénes son nuestros amigos, por dónde acostumbramos a movernos, qué temas nos interesan o cuál es nuestra ideología política.

La sociedad dataísta puede no llegar a realizarse nunca por obstáculos tecnológicos como la ralentización de la ley de Moore (limitando la capacidad de procesamiento de la información) o estancamiento del progreso de las redes neuronales (frenando la sofisticación de los algoritmos responsables del análisis de datos). También podrían interponerse  obstáculos militares, éticos y/o políticos. Por un lado, la sociedad dataísta alcanzaría la supertinteligencia colectiva descrita por Nick Bostrom y abriría la puerta a un universo inabarcable de posibilidades. En vez de procesar problemas idénticos millones de veces en paralelo, como hacemos hoy en día. El dataísmo promete coordinar nuestra capacidad cognitiva agregada para resolver problemas que nos superan individualmente. Nos convertimos en precesadores de data que tenemos la necesidad de generar más data cada día, subir información de lo que hacemos cada hora, comaprtir localziaciones, fotografías, comentar, divulgar post, con la sensación de hacer más eficiente nuestras vidas mediante el uso del Internet de las cosas. Recordamos una potente frase del editor de la Revista H: “Curiosos tiempos estos en los que, para saber qué es la realidad, hay que desconectarse lo más posible. Resulta que tenemos al alcance de nuestras manos más datos que nunca, pero estamos más lejos del conocimiento”.

El procesamiento de todos esos datos producirá un detallado retrato de nosotros mismos, nos ayudará en la toma de decisiones y permitirá predecir futuras situaciones con márgenes de error mínimos. El dataísmo ya está anunciando el futuro que viene, un futuro donde los datos fluirán con total libertad y donde nuestras decisiones las podrán tomar complejos algoritmos que sustituirán al cerebro humano. Quizás no estemos tan alejados de Matrix y conozcamos pronto las consecuencias de esta nueva religión para el futuro de la humanidad. La información es poder. Que el dataísmo nos pille confesados.